Ese molesto Bitcoin

Ese molesto Bitcoin

 

  • Por razones aún por esclarecer, Bitcoin ha logrado escapar de la regulación durante mucho más tiempo del esperado inicialmente. Pero, dado su valor de mercado actual, los riesgos desde el punto de vista de la transparencia, la protección de los inversores y la estabilidad financiera, son demasiado grandes para seguir evitando el radar de los reguladores.
  • Desde un punto de vista tecnológico, Bitcoin se está quedando obsoleto. El coste creciente de procesar transacciones hace que sea difícilmente escalable, y es poco probable que consiga algún día reemplazar a los sistemas de pago tradicionales. Y como reserva de valor, Bitcoin está en constante riesgo de ser reemplazado por una moneda digital superior. Una que pueda procesar transacciones de manera más rápida y eficiente, y cuya base criptográfica sea más segura.
  • Bitcoin es en parte el resultado de una campaña de marketing sin precedentes; y que conlleva una guerra psicológica. Pero, dejando a un lado los infundados temores acerca de una devaluación del dinero, la locura de las criptomonedas es un síntoma de la necesidad de una renovación digital del sistema financiero. Creemos que la verdadera oportunidad no se encuentra en las criptomonedas, sino en invertir en empresas líderes en el espacio de FinTech.

 

 

Una de las cosas que menos me gusta de tener que morir algún día, es que dejaré este mundo sin poder siquiera llegar a concebir los avances científicos, tecnológicos y sociales venideros. Como un Cromañón, ignorante de Internet, la física cuántica y el estado del bienestar. A esto, debo agregar ahora, que realmente odiaría perderme el final del psicodrama del Bitcoin.

Para la ortodoxia financiera, las criptomonedas son una especie de plaga bíblica que viene repitiéndose con creciente periodicidad. Allá por 2016 publicamos una nota acerca de las monedas digitales, donde avanzábamos una sencilla regla para valorar el Bitcoin en el caso de que éste llegase a reemplazar al oro algún día. Bajo este supuesto, el valor de la criptomoneda podría oscilar entre los 170,000 y 460,000 dólares. Lamentablemente, no compré Bitcoins entonces. Y la razón que me indujo a no hacerlo fue que para alcanzar el mismo estatus que el oro, la criptomoneda tendría que lograr zafarse de dos enemigos formidables: el control regulatorio y la obsolescencia tecnológica.

El elefante en el cuarto de los reguladores

Las finanzas y la energía nuclear son probablemente las dos industrias más reguladas del mundo. Es por ello que a los profesionales del sector nos resulta muy difícil de entender el «laissez-faire» de los reguladores hacia las criptomonedas. Puede ser que los bancos centrales teman que un intento por regularlas pueda considerarse como una admisión de culpabilidad de sus propias fechorías; o sencillamente que se trate de una cuestión de desdén intelectual hacia unos “aficionados” monetarios; que finalmente aprenderán una lección.

Esto contrasta fuertemente con la virulenta reacción hacia Libra (ahora llamada Diem), la moneda digital patrocinada por un consorcio liderado por Facebook. Tan pronto como la criptodivisa –impecablemente diseñada desde un punto de vista monetario – fue anunciada, ésta fue objeto de fuertes críticas por parte tanto de legisladores, como de reguladores. Prima facie, debido a los riesgos que implicaba desde un punto de vista de blanqueo de capitales y protección de datos; pero en última instancia, debido a su potencial para hacer sombra al dólar estadounidense.

Durante las dos últimas décadas, el péndulo regulatorio ha ido hacia más transparencia, no menos. EE.UU. hace grandes esfuerzos para garantizar que la liquidación de todas las transacciones en dólares se realice dentro de sus fronteras, con el fin de combatir el lavado de dinero, el terrorismo y el cumplimiento de las sanciones.

En la lucha por una mayor transparencia, Estados Unidos no está solo. El Grupo de Acción Financiera está respaldado por la OCDE y el G20. La introducción de FATCA y CRS ha acorralado significativamente al dinero negro, al obligar a los bancos a revelar los beneficiarios reales detrás de las cuentas bancarias. Adicionalmente, desde hace sólo unos pocos años, es necesario indicar el nombre del beneficiario de una transferencia, y no solo el número de cuenta. Teniendo en cuenta todo esto, Bitcoin es una aberración.

La regulación que se avecina no implicará necesariamente la desaparición de Bitcoin, pero reducirá considerablemente su potencial uso como moneda fuera del sistema de pagos tradicional. De hecho, esto ya está sucediendo debido al riesgo inherente a la compra y almacenamiento de criptomonedas. La mayoría de los inversores que han adquirido Bitcoins últimamente, han utilizado los canales financieros tradicionales en vez de monederos anónimos.

La otra gran tendencia regulatoria ha sido hacia una mayor protección de los inversores. Durante la última década, a la vez que la inversión en criptodivisas crecía sin controles de ningún tipo, entraban en vigor una oleada de nuevas regulaciones (Investor Protection Law, MiFID, PRIIP, etc.) dirigidas a controlar el tipo de productos financieros que son aptos para inversores minoristas. Mientras Bitcoin era sólo una curiosidad fuera del sistema, la protección parecía innecesaria. Pero cuantos más inversores atrae y más publicidad se hace al respecto, más imperativo es que intervengan los organismos de control.

Por último, está el aspecto de la integridad del mercado. Los mercados de divisas se vigilan intensamente para evitar su manipulación. Los reguladores han impuesto fuertes multas a los bancos, y mandado a la cárcel a un buen número de individuos, por manipular los mercados de divisas. Si esto ha sido posible en el mercado más grande por volumen de negociación, es fácil imaginar lo que debe de estar sucediendo con el Bitcoin.

Las tres alertas regulatorias se han pasado por alto mientras Bitcoin no era más que un jocoso tema de conversación que animaba las cenas de las altas esferas financieras. Pero con la criptomoneda habiendo superado la barrera de los $ 50,000, los riesgos son simplemente demasiado grandes para ser ignorados. Bitcoin hoy es el Nirvana de estados rebeldes, blanqueadores de dinero y evasores de impuestos, y representa un riesgo real para la estabilidad financiera. Para dar algo de perspectiva, el valor de mercado actual de Bitcoin es de aproximadamente $ 1 billón. Esto se compara con $ 7 billones de dólares en circulación (el llamado agregado monetario M1), $ 12 billones de dólares en depósitos y $ 21 billones en bonos del Tesoro de EE. UU. (Aproximadamente el tamaño de la economía estadounidense). Es de suponer que Janet Yellen y Jerome Powell no están haciendo precisamente bromas sobre Bitcoin estos días.

La tecnología envejece más rápido que la moda

Si la alquimia no era más que mala ciencia con un relleno de filosofía, Bitcoin es mala economía combinada con una tecnología prometedora, pero aún en ciernes. Ahora se puede crear oro en laboratorio mediante reacciones nucleares, aunque está aún lejos de ser económicamente viable. Lo mismo se puede decir de la criptomoneda, con la salvedad de que no se puede utilizar en joyería.

Si algo puede decirse que caracteriza a la tecnología en general es que no tiene nada de permanente. Hoy el Walkman es el no va más, pero luego viene el Discman, el iPod, Spotify… La innovación nunca termina; es una carrera constante para hacer más, mejor y más barato.

Una de las cosas más asombrosas del Bitcoin es su inmovilidad tecnológica. En su más de una década de existencia, Bitcoin apenas ha sufrido modificaciones. Varias criptomonedas se han bifurcado de Bitcoin para mejorar sus prestaciones, (con un éxito cuestionable), pero los principios fundacionales del blockchain permanecen prácticamente inalterados.

De hecho, a juzgar por sus aplicaciones hasta ahora, y a pesar de todo el entusiasmo inicial, se podría pensar que la tecnología blockchain está llegando a un callejón sin salida. Sin embargo, es aún demasiado pronto para llegar a esta conclusión. El desarrollo tecnológico no es lineal. A veces, una nueva tecnología se estanca hasta que otro avance le permite desatar su potencial (p.ej.: el 4G hasta la introducción del smartphone). En otras ocasiones, la tecnología necesita recorrer un largo camino de mejoras progresivas hasta alcanzar un punto donde se vuelve económica (p.ej.: la energía solar).

En términos económicos, el éxito de una tecnología viene dictado por ser superior a la competencia en al menos uno de los dos siguientes aspectos: su eficiencia y/o su escalabilidad. La Ley de Moor y la Ley de Metcalfe son los dos exponentes más conocidos. Bien se mejora la funcionalidad y/o se reducen los costes (p.ej.: ejemplo, microchips, automóviles, etc.), o se consiguen costes marginales cercanos a cero y se explotan los «efectos de red» (p.ej.: Google, Facebook, Aribnb, etc.)

En el caso de Bitcoin, las dos leyes chocan entre sí. Al limitar, por diseño, la cantidad de Bitcoins a 21 millones, la recompensa en Bitcoins por procesar transacciones disminuye progresivamente, a la vez que la complejidad del blockchain aumenta. Esta ineficiencia forzada, hace que los mineros de Bitcoins incurran en un coste cada vez mayor en términos de consumo de energía; y que sólo se pueden alcanzar los ansiados efectos de red si el precio de Bitcoin continúa aumentando más rápido que el coste marginal de extraerlo. Los límites a su escalabilidad son a día de hoy patentes: con sólo una fracción ínfima de la población pagando en Bitcoins, se estima que el consumo de energía asociado es ya equivalente al de un país como Noruega.

Y qué ocurrirá en el año 2140, cuando todos los Bitcoins hayan sido extraídos (quedan aproximadamente 2,5 millones). ¿Cuál será el incentivo para procesar un blockchain monstruoso? Aquí, la hipótesis más generalizada es que se tendrá que introducir una comisión por transacción para incentivar a los mineros, y que ésta será barata porque entonces habrá muchos de ellos. ¿Todo este tinglado para terminar con un modelo tradicional basado en comisiones, que solo será técnicamente factible si para entonces la electricidad (y los microchips) son prácticamente gratuitos?

Los defensores argumentan que para entonces la red será tan grande, que tendrá valor por sí misma. Pero hay un aspecto fundamental de los efectos de red que cuestiona esta idea. Los operadores de red exitosos generalmente logran escala al ofrecer sus servicios de forma gratuita; a cambio de poder recopilar los datos de los usuarios, y/o introducir publicidad. Pero la premisa última de Bitcoin es proteger la privacidad de sus usuarios, impidiendo con ello la monetización de la red.

Y los problemas no terminan aquí. Cuando se posee una red exitosa, hay que defenderla de la competencia. Sólo hay que ver cómo Facebook ha mantenido su ventaja comprando competidores potenciales como Instagram o WhatsApp. Las monedas digitales son sin duda el futuro de los pagos, pero es demasiado pronto para saber quiénes acabarán siendo los protagonistas dominantes (estados, cryptos descentralizados, empresas privadas) y qué tecnología finalmente prevalecerá.

En resumen, el que atesora Bitcoins como reserva de valor, corre el riesgo constante de perderlo todo por la irrupción de una criptomoneda superior. Una que pueda procesar transacciones de manera más rápida y eficiente, y cuya base criptográfica sea más segura. El aspecto de la seguridad no es baladí, dado que la computación cuántica es ya una realidad. Esto significa que la mayoría de los algoritmos criptográficos tradicionales, como el usado por Bitcoin, algún día no muy lejano ya no serán seguros. Y aunque a la tecnología le puedan quedar todavía décadas de desarrollo, apostar los ahorros contra la invención humana no suele ser una buena idea.

La campaña de marketing más exitosa de la historia

Una de las cosas que debería ponernos más en guardia acerca del Bitcoin, es la narrativa cambiante que lo respalda. Como la loción crece-pelo que, en caso de que no funcione, también resulta ser buena para el sistema inmunológico. El argumentario de venta ha evolucionado desde algo que algún día revolucionará el sistema monetario, pasando por una reserva de valor que protege contra la inflación, una alternativa al oro que acabará en todos los portafolios a, finalmente, una moneda que las grandes corporaciones no tendrán más opción que acumular en sus balances. En esto último, Tesla no ha sido la pionera, ya que el crimen organizado lleva tiempo por delante.

De hecho, el que una luminaria de la tecnología como Elon Musk esté comprando Bitcoins es probablemente a día de hoy el argumento de más peso a favor de la criptomoneda. Pero basar los méritos de una idea en la “auctoritas” de una persona, nos retrotrae a la filosofía medieval. Aristóteles fue sin duda un genio, pero como sabemos ahora, se equivocó en muchas cosas. También sabemos que Elon Musk es un maestro del marketing gratis, y que con este movimiento probablemente está intentando mantener la inflada valoración de Tesla, por asociación.

Si alguien se acercara a usted en la calle, y tratara de convencerlo de que vendiera su casa por un puñado de criptomonedas (a día de hoy la casa promedio en los EE.UU. cuesta alrededor de 6 Bitcoins), se lo quitaría de encima como si se tratase de un tonto o un estafador. El sentido común nos dicta que nadie está comprando criptomonedas por necesidad, ya que la mayoría de la gente tiene acceso a monedas estables con baja inflación. La única razón para comprar Bitcoin es simplemente la expectativa de que su precio seguirá aumentando a medida que un creciente número de personas quieran comprarlo. Y esa es la definición más pura posible de una burbuja.

Sin embargo, no importa lo fría que se tenga la cabeza, hay que ser conscientes de que el constante bombardeo de noticias acerca del meteórico ascenso de Bitcoin causa un considerable estrés psicológico. Un mecanismo conocido como disonancia cognitiva, que nos incita a modificar nuestras convicciones. Como dice el refrán: «si no puedes con tu enemigo, únete a él». Los inversores institucionales que se están subiendo al vagón ahora, no lo hacen porque hayan descubierto algo nuevo sobre Bitcoin, sino porque temen ser ridiculizados por perderse algo; aunque tampoco invierten mucho por miedo a lo contrario…

Para los inversores, probablemente la medicina más eficaz contra estos juegos mentales consiste en acotar dónde se encuentra la verdadera oportunidad de inversión. Esto implica olvidarse de la gran ambición de reemplazar el dinero fiduciario o encontrar un oro digital, y centrarse en la gran necesidad de una renovación digital del sistema financiero.

Esta revolución está siendo llevada a cabo por una serie de empresas innovadoras que compiten por ofrecer formas más rápidas, económicas y convenientes de realizar transacciones financieras. Se trata de empresas reales, con modelos de negocio reales, flujos de caja operativos y productos y tecnología patentados. Y como se puede observar en el gráfico a continuación, hasta hace poco, eran una alternativa de inversión igualmente de rentable que las criptomonedas; con menos riesgo.

 

 

Fernando de Frutos – Chief Investment Officer

 

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