Oportunidades y riesgos de una crisis sin precedentes

La evolución biológica es el conjunto de cambios que explican la transformación y diversificación de las especies como proceso de respuesta a un medio cambiante. Los cambios que la crisis del COVID-19 va a arrastrar consigo van a exigir una adaptación análoga al nuevo escenario desde el punto de vista económico, como una nueva selección natural, donde se abren nuevas oportunidades de inversión, pero también nuevos riesgos.

La semana pasada, el FMI realizó su primera estimación sobre la pérdida global de PIB per cápita que va a dejar la crisis resultante del COVID-19, y que será de un 4.6%. Esta cifra tan solo puede ser considerada como una referencia en el escenario base, que parte de una hipotética recuperación a partir de la segunda mitad del año.

Pero la brecha existente entre este hipotético impacto contenido tras la recuperación rápida en forma de V que presagiaban los más optimistas y el agujero real que puede generarse en la economía mundial por cada semana que se alarga el confinamiento es aún imposible de medir.

A día de hoy los esfuerzos de los gobiernos siguen dirigidos a frenar los contagios para controlar la crisis sanitaria e iniciar la recuperación cuanto antes. Los plazos de la pandemia no son uniformes, sino que su evolución depende en gran medida de la eficiencia y capacidad de los servicios de salud de cada país. Los gobiernos se enfrentan al dilema moral de preservar la vida a costa de empobrecerla.

A medida que la normalización de la actividad se retrase, la horquilla entre escenarios se verá agravada por múltiples factores como la incertidumbre de los consumidores, la pérdida de confianza de los inversores, la inseguridad de los hogares, el incremento de la deuda de empresas y países, la cantidad de impagos y bancarrotas que tendrán lugar y, en última instancia, la intervención de los estados en los sectores privados.

El grado de impacto de cada uno de estos factores se verá condicionado por la efectividad de las políticas fiscales y monetarias de cada país y en qué medida, éstas lleguen a fluir a empresas y familias. Se debe evitar repetir lo que sucedió en la última crisis, cuando las tasas de interés negativas, el exceso de liquidez y un circuito cerrado entre los bancos y la Reserva Federal eliminaron los incentivos para asumir el riesgo de prestar dinero a empresas e individuos.

El desenlace es de sobra conocido. Como después de cada crisis pasada, todo volverá a la normalidad. Lo que desconocemos es el nuevo concepto de normalidad que se instaurará. Cómo se adaptarán las dinámicas de consumo a las nuevas restricciones impuestas y a las medidas de distanciamiento social. Los nuevos patrones se verán alterados por un cambio en los hábitos, las rutinas y el modo de relacionarse entre individuos. Al igual que se mantiene la incógnita sobre si las empresas que salven los meses de hibernación, retomarán su actividad de manera normal, con los mismos clientes, proveedores, volúmenes de ventas y márgenes de beneficios.

El panorama de inversión cambiará significativamente en los próximos meses y muy probablemente años. Los agentes económicos tratarán de adaptarse a un mundo post-COVID. Habremos de convivir con volatilidades elevadas en unos mercados ajustándose continuamente a cada nueva información. Incorporando además el riesgo que supondrá la aparición de próximas pandemias, que ya no podremos decir “sin precedentes” y las reacciones que derivarán de ellas.

Otro de los riesgos será ver, hasta qué punto, los abanderados de la desglobalización, el proteccionismo y los nacionalismos que han liderado el cambio de paradigma en los últimos años, pueden llegar a poner en cuestión el liberalismo y sembrar dudas sobre el actual sistema capitalista, levantando fronteras, encaminándose a una intervención pública sin precedentes. Toda esta falta de entendimiento internacional dificulta la toma de medidas y soluciones conjuntas. Si cada país hace la guerra por su cuenta, la recuperación será más larga y dolorosa.

El otro diferencial abierto es el de los activos de riesgo con respecto al de los activos sin riesgo (o de menor riesgo). Ello a pesar de que los Bancos Centrales ya no solo son los prestamistas de último recurso, ahora también son los compradores de último recurso.

¿Cómo posicionarnos de cara a esta disparidad de escenarios? Debemos calibrar la cartera de inversión valorando un panorama económico de recuperación progresiva sin olvidar que aún puede haber rebrotes del virus que arrastren a los mercados.

El objetivo, por tanto, es plantear un horizonte temporal largo, puesto que la duración de la crisis es la gran incertidumbre, que en gran medida va a depender de la aparición de una vacuna y un tratamiento. Y construir un portfolio diversificado acorde con el perfil de riesgo, sabiendo que el valor del mismo puede oscilar más de lo habitual en ambos sentidos durante los próximos meses.

Pero cuando se considera el largo plazo, la óptica del mercado debe ser más amplia. Las compañías que sobrevivan a la crisis, serán aquellas con mayor capacidad de adaptación al nuevo entorno. Un mayor influjo de la tecnología llevará el cambio de lo físico a lo digital. Cambio inevitable de las cadenas de suministro, más intervencionismo y menos desregulación, donde las empresas tendrán que pensar bien dónde y cómo producen, con una reducción del número de actores en los mercados favoreciendo la aparición de oligopolios.

Pero, sobre todo, la clave es seleccionar muy bien los activos en que se invierte. Evitar compañías y gobiernos excesivamente endeudados para limitar las caídas. Filtrar los candidatos con balances sólidos, buenos ratios de solvencia y reservas de liquidez que generen flujos de caja y estabilidad de resultados a lo largo del ciclo económico. Marcas diferenciadas y diversificadas a nivel global. Saber elegir la industria e identificar las ventajas competitivas que hacen que una empresa salga reforzada de la sacudida que supone una recesión.

El resultado de la crisis, como en la teoría de la evolución de Darwin, será la supervivencia de los más fuertes. La gran dispersión entre ganadores y perdedores quedará patente una vez superado el COVID-19. En las últimas dos recesiones alrededor de un 10% de las empresas quebraron a consecuencia de la misma. De ambas, los vencedores, no solo prevalecieron, sino que además pusieron los cimientos para ampliar su dominio.

 

Rafael Vicario, CFA

 

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