El sesgo doméstico inversor, y la supremacía de la bolsa americana

Una de las anomalías de comportamiento más documentadas que afligen a los inversores es su preferencia por el mercado bursátil doméstico, con la consecuente renuncia a los beneficios que, en términos de diversificación, una cartera de acciones internacionales puede ofrecer

Pero más allá de los beneficios de tipo “estadístico”, hay motivos factuales para evitar dicho sesgo. Un universo de inversión más amplio, no solo aumenta las oportunidades de participar del éxito de compañías innovadoras, sino que también ayuda a escapar de la fuerza de gravedad del sistema monetario local, algo que puede resultar determinante cuando tu moneda se deprecia significativamente (algo que los inversores británicos pueden dolorosamente atestiguar)

Por otra parte, existen razones de peso que apoyan el sesgo doméstico, desde barreras informativas derivadas de diferentes sistemas legales y contables, hasta una preferencia chauvinista por las empresas locales que, por añadidura, suele conferir ventajas fiscales y acarrear menores costos de transacción para los inversores locales.

Sin embargo, una dinámica más profunda que pone en tela de juicio la conveniencia de seguir ciegamente los teóricos beneficios de la diversificación parece estar revelándose. Es una cuestión acerca de los destinos divergentes experimentados por el núcleo y la periferia del sistema capitalista.

No le digas a un inversor estadounidenses que diversifique en acciones europeas o japonesas, o se reirá de ti. Los europeos tendemos a pensar que esto refleja un cierto provincialismo (aquí surgirán inevitablemente paralelismos con el número de estadounidenses que poseen un pasaporte), pero la verdad es que, nos guste o no, la bolsa americana ha superado consistentemente a la mayoría de los principales mercados durante las últimas décadas.

Además, como el mercado estadounidense representa aproximadamente la mitad de la capitalización bursátil global, el coste de oportunidad derivado del sesgo doméstico es mucho menor para un inversor americano que para uno europeo; por tanto, en realidad nosotros nos vemos «obligados» a sentir más curiosidad por lo que está sucediendo en los EE.UU. que viceversa.

El mercado estadounidense compone el núcleo no sólo en términos de tamaño, liquidez y transparencia, sino que también cuenta con algunas de las empresas más innovadoras y de mayor crecimiento en el mundo; y la brecha no para de ensancharse. Es como si la creciente desigualdad social hubiera llegado también al mundo corporativo.

La teoría de las finanzas internacionales dice que cuando el capital fluye de un país a otro, éste deprime el rendimiento del capital en el país receptor y lo aumenta en aquel del que sale. O traducido a los mercados de valores, las acciones del país receptor tendrán una mayor demanda y, por lo tanto, se encarecerá su valoración, mientras que las del país remitente se abaratarán. Esta forma «mecánica» de pensar es cierta desde una perspectiva estática, pero es engañosa si consideramos que los mercados de valores son una entidad en evolución.

En términos estadísticos, hay buenas razones para que el éxito corporativo no se distribuya de manera uniforme a lo largo de todas las geografías. Las empresas locales en los EE.UU. disfrutan de la ventaja de tener el mercado interno más grande del mundo, así como el mayor presupuesto gubernamental; También tienen acceso a los mejores talentos gracias a contar con algunas de las mejores universidades y un sistema que premia el éxito individual. Y por si todo esto no fuera suficiente, las startups extranjeras se mudan a los EE. UU. para poder acceder a la mayor bolsa de capital de riesgo del mundo.

Si llegados a este punto aún no ha perdido la fe en la diversificación, espere a escuchar el hecho estadístico más irónico; La excepción más notable a la supremacía estadounidense es ofrecida por Noruega, un país pequeño cuyo mercado de valores está masivamente concentrado en torno a un puñado de industrias de la «vieja economía», como la pesca, la exploración petrolífera, la navegación y la industria forestal.

Para concluir, mi receta para la asignación de activos del próximo año es caer (un año más) en la «trampa de la brecha de valoración» en las acciones europeas y japonesas, y agregar en su lugar una buena dosis de compañías tecnológicas americanas, así como de productores noruegos de salmón. Llamémoslo: el portafolio de «Fish and Chips».

Fernando de Frutos, MWM Chief Investment Officer

 

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