Guerra comercial o tercera guerra del opio?

Con el desenlace de la guerra comercial todavía en el aire, el único resultado seguro es que todos somos expertos en comercio a estas alturas. Por lo tanto, le ahorraré un artículo más estudioso sobre el tema, y elaboraré en su lugar las motivaciones estratégicas de Trump, y por qué está jugando una mano ganadora.

La doctrina de «América primero», interpretada de manera literal, conlleva el mejorar la posición competitiva del país, a expensas de arriesgar alienar a países aliados. En este sentido, la amenaza de aranceles corresponde a una descarada técnica de negociación que hace uso de una posición de fortaleza, y que parece directamente tomada del best-seller de Trump The Art of the Deal.

Al ser EE.UU. el mayor importador del mundo, es comprensible que busque concesiones en los acuerdos comerciales bilaterales, mientras trata de derogar los multilaterales; ya que es mucho más fácil torcer el brazo de un vecino pequeño que coaccionar a toda la OMC. Esto explica la retirada del acuerdo comercial de la Asociación Transpacífica, las amenazas de retirarse de NAFTA y el permanente boicot a la OMC.

El impacto económico de estas políticas proteccionistas es poco probable que sea dramático para los EE.UU. En primer lugar, porque las barreras comerciales ya son omnipresentes, y nadie puede afirmar con certeza si su realineación alejará más a la economía estadounidense del óptimo teórico del libre comercio. Pero incluso si este último fuera el caso, el impacto sería marginal siempre que los nuevos aranceles sean razonables y el comercio no se detenga.

Pero detrás del objetivo legítimo de lograr mejores términos de intercambio, se esconde una interpretación más oscura de la política de «América primero»; asegurarse que Estados Unidos siempre sea el primero. La ansiedad estadounidense por perder su papel hegemónico no es nueva y ayuda a explicar disputas comerciales previas. En los años 80, el temor a que Japón superara a los EE.UU., desencadenó una ola de medidas proteccionistas dirigidas específicamente contra el país. Y lo que es más importante, Estados Unidos obligó a Japón a abandonar el régimen de tipo de cambio fijo, lo que llevó a una fuerte apreciación del yen y, en última instancia, a la «década perdida».

Con Rusia empequeñecida económicamente y el grandioso proyecto Europeo naufragado, la clara amenaza ahora es China. Sin embargo, la magnitud del desafío esta vez es mucho mayor. Como base de comparación, en los años 80 la economía japonesa era el 37% de la de Estados Unidos, mientras que su población era solo la mitad. Hoy, el PIB de China es el 60% del de los EE. UU., y su población es 4.3 veces mayor.

El potencial es enorme, pero para cerrar la brecha China deberá desafiar a los EE.UU. en la parte superior de la cadena de valor (de ahí el plan estratégico Made in China 2025). Además, esto va de la mano con que el país juega, silenciosa pero implacablemente, un papel global cada vez más asertivo.

El rápido ascenso de China como una superpotencia incomoda a muchos en los Estados Unidos, que ahora lamentan haber dejado que China se una a la OMC, pero el genio está fuera de la botella y la situación no se puede revertir fácilmente. De ahí la tentación de una nueva versión de las Guerras del Opio, que relegaron a China a un rol secundario por más de un siglo; siendo esta vez una guerra de naturaleza económica, ya que la estabilidad política del país depende crucialmente de mantener el ritmo del progreso económico.

En su día, EE.UU. no dudó en poner a Japón en ruta de colisión económica, pero entonces la economía estaba menos globalizada y Japón se llevó la peor parte. Hoy en día, sin embargo, una recesión en China se sentiría fuertemente en todas partes. Este es el gran gambito geopolítico que está jugando el presidente Trump, forzar a China a claudicar y asegurarse un beneficio político incuestionable, o arriesgarse a una severa recesión por mantener una ventaja estratégica a largo plazo.

 

Fernando de Frutos, MWM Chief Investment Officer

 

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