Lecciones de inversión de la filosofía – Parte I: La ontología de los mercados financieros

Los mercados financieros parecen tener una vida propia, impredecible, caprichosa e inaprensible para la razón humana. Pero, ¿es realmente el caso? Y si es así, ¿de qué sustancia están hechos?

Estas disquisiciones pertenecen a una de las principales investigaciones filosóficas, la existencia del yo y lo que nos rodea, que se conoce con el nombre de Ontología. Este estudio se bifurca en tres dominios diferentes: el universo físicamente observable, la esfera mental y la «meta» realidad (compuesta de entidades abstractas, como números, formas y similares).

En el caso de las entelequias financieras se entremezclan las tres categorías anteriores. Basta tomar las acciones de una compañía como ejemplo. Tienen un sustrato físico (hoy un registro electrónico, en el pasado un certificado al portador), y otorgan derecho a sus titulares sobre sus activos. Sin embargo, estos derechos dependen crucialmente de la aceptación común de un marco legal que existe sólo en la mente de las personas. Por último, muchos creen que su valor es de naturaleza intrínseca, pudiendo éste diferir del precio externo observable.

De hecho, la discusión sobre si los inversores pueden vencer o no al mercado se asemeja a la disputa entre Heráclito y Parménides sobre la inmutabilidad de las cosas. Los inversores de valor, creyendo en los fundamentales como Parménides, consideran a las empresas como entidades bien definidas cuyo valor interno puede determinarse aplicando modelos de valoración abstractos. Por el contrario, para los inversores de tipo Heráclito (conocidos en la jerga como creyentes en la hipótesis del «Mercado Eficiente») las empresas están en constante cambio, como consecuencia tanto de los ajustes internos como de las adaptaciones a la información externa. Por lo tanto, cada precio refleja una realidad diferente, o en el lenguaje de Heráclito: «Nadie se baña dos veces en el mismo río «.

Este problema ontológico se puede extrapolar directamente a otras entidades financieras tales como, el dinero, los tipos de interés o las monedas. Todos ellos son artefactos abstractos que existen en nuestras mentes, pero que también tienen ciertos puntos de contacto con nuestra realidad física. Como tales, caen en lo que la escuela de pensamiento construccionista define como entidades «socialmente construidas», siendo su existencia dependiente de un entendimiento compartido por un grupo de individuos.

La naturaleza intersubjetiva de los mercados financieros se acopla con un sesgo conductual bien conocido, la necesidad humana de construir narrativas. Cuando nos enfrentamos a un sistema aleatorio – como lo son en gran medida los mercados financieros – tendemos a buscar una cadena de causalidad. A este respecto, nuestra propia inferencia de la «realidad financiera» es completamente irrelevante, y lo único que mueve a los mercados son las narrativas que dominan la psique de los inversores. Trazando una analogía, no importa si piensas que eres guapo, que si el resto del grupo piensa que eres feo, entonces, la realidad, es que eres feo.

Llegados a este punto, caemos indefectiblemente en los brazos del escepticismo filosófico, ya que no hay nada que podamos saber con certeza sobre los mercados financieros. Afortunadamente, la tradición hegeliana nos ofrece la síntesis (la prometida lección de la filosofía a los inversores): hay que saber qué se puede conocer con certeza (datos, políticas, relaciones financieras) y con ello construir escenarios propios; pero también hay que descifrar lo que los demás piensan que conocen, y apostar en consecuencia; manteniendo siempre un sano escepticismo sobre cuán lejos pueden diferir de la realidad tanto las narrativas prevalecientes como las propias. A continuación, iterar nuevamente.

 

Fernando de Frutos, MWM Chief Investment Officer

 

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