Los combustibles fósiles y la ley antitabaco

Las energías renovables han sido tradicionalmente asociadas con movimientos minoritarios, algo para ecologistas y similares. Por el contrario, el pensamiento dominante ha considerado la contaminación como un inevitable precio a pagar por mantener  el progreso; una especie de versión a gran escala de la «tragedia de los comunes», ya que nadie en su sano juicio, querría por iniciativa propia bajar su nivel de vida a tiempos preindustriales; teniendo en cuenta que la energía es un insumo clave en la mayoría de los productos y servicios, y que en su mayor parte ésta se genera a partir de fuentes contaminantes (petróleo, gas y carbón).

En defensa de esta postura, hay que considerar que el impacto de las emisiones de CO2 sobre el cambio climático distaba aún de ser obvio hace unas décadas. Había inquietud sobre la lluvia ácida y el agujero de ozono, pero las temperaturas habían aumentado moderadamente durante décadas en línea con los modelos climáticos post-glaciación, y no podía decirse si los altos niveles de los años 80 y 90 eran sólo valores atípicos. Actualmente, sin embargo, la evidencia es abrumadora, y no es sólo una cuestión de si, sino de cuánto y cuán rápido el clima cambiará.

El despertar a la realidad podría haber sido mucho peor de no haber sido por las crisis del petróleo en los años 70. Estas fueron una bendición encubierta, ya que desataron la carrera tecnológica para producir energías renovables. La energía nuclear fue también muy beneficiada, y para muchos fue vista como una solución de última instancia frente al cambio climático; hasta que Chernobyl y Fukushima hicieron patente que los riesgos de la tecnología son inasumibles. Por otra parte, la fusión nuclear – libre de residuos nucleares – está todavía en su infancia (se espera que el reactor experimental ITER comience a generar energía allá por 2033)

Esto deja a las energías solar y eólica como únicas fuentes viables de energía alternativa, toda vez que la energía hidráulica está restringida por la geografía y el clima. Las mejoras en eficiencia en ambas tecnologías han sido dramáticas y actualmente compiten de tú a tú frente a las fuentes de energía tradicionales. Los críticos sostienen que estas tecnologías sólo son viables si hay subvenciones de por medio, pero esto es sólo parcialmente cierto, ya que los subsidios también han contribuido a mejorar la tecnología. De hecho, el argumento puede ser revertido, ya que las tecnologías de combustibles fósiles gozan de un enorme subsidio implícito, en la medida en que los productores y consumidores internalizan sólo una pequeña fracción de los costes medioambientales – por cortesía de las generaciones futuras.

Sin embargo, la mentalidad cambia cada vez más rápidamente, y los consumidores están empezando a tener la posibilidad de reducir su huella de carbono sin tener que vivir en una cueva. Hasta la fecha, sólo los más pudientes pueden darse el lujo de conducir un Tesla o consumir únicamente energía renovable, pero dejar de contaminar se está convirtiendo en una meta aspiracional.

La industria del tabaco ofrece paralelos reveladores acerca de cuan rápida puede ser la transición energética. Durante muchos años, las tabaqueras trataron de ocultar los efectos nocivos del tabaco, financiando incluso investigaciones médicas sesgadas. Pero cuando la evidencia científica fue concluyente, fumar en espacios públicos dejó de ser socialmente aceptable, y las leyes antitabaco se hicieron omnipresentes. Las compañías petroleras también han tenido científicos en nómina negando el cambio climático, pero éste es ya directamente observable en cada nueva estación. No resulta difícil imaginar que una vez que los consumidores cuenten con una alternativa limpia y asequible, los vehículos de combustión interna sean vistos con desdén. Paradójicamente, tanto cigarrillos como automóviles, pueden terminar siendo reemplazados por versiones eléctricas, a pesar de años de enredos con filtros atenuantes.

 

Fernando de Frutos, MWM Chief Investment Officer

 

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